miércoles, 18 de agosto de 2010

...Han salido las estrellas y ha dejado de llover...”

En la toca, las manchas producidas por la lluvia.

Queremos hacer nuestros los repiques del campanario de la parroquia pastoreña, los cuales desde la fundación de nuestra hermandad han proclamado a los cuatro puntos cardinales de la campiña y la vega del Guadalquivir que ella acoge la secular devoción que se le profesa a la Divina Pastora. Como aquellos repiques tan peculiares que el campanero parroquial, Manuel Herrera Fernández el maestro Granao, realizaba exclusiva y especialmente para anunciar que iba a salir la Pastora incluso poniendo en peligro su vida cuando era ya muy anciano; así lo hizo hasta que el párroco don Pedro Daniel Gallardo le retiró las llaves de la torre en contra de su voluntad.

Con el volteo de fondo de las campanas nos adentramos en el tema que nos ocupa en esta ocasión. Siempre a las fiestas de la Pastora han acudido, llamados por su esplendor, gran cantidad de forasteros y curiosos que desde los alrededores llegaban a Cantillana con medios de transporte no tan cómodos y rápidos como los de hoy. Muchos lo hacían a través de la barca-puente que atravesaba el río por su antiguo cauce a la altura de la Alameda, lo cual obligaba a los barqueros a trabajar durante toda la noche dando portes hasta que la Virgen se recogía. Un visitante asiduo a las mismas desde hace muchísimos años sigue haciendo acto de presencia, a veces, de manera inesperada, otras, habiendo sido anunciada su venida con antelación gracias a los partes meteorológicos u otras fuentes. Este visitante no deseado nunca por muchos es un bien escaso, necesario para la vida, que sin él no existiría. Es el agua en forma de lluvia.

Así, nuestros mayores siempre nos narraron historias singulares referentes a la aparición del agua en las fiestas. Por citar algunos ejemplos podemos recordar que en las cuentas del año 1903 leemos que en la víspera de la Pastora no salieron las demandantas a causa de la lluvia y que tuvieron que postular el día 9 de septiembre. El año 1924, por su parte, es recordado como el del Festival del Río: comenzó a llover el día 6, continuó todo el día 7 (por lo que no pudo salir el Rosario) y hacia el mediodía del día 8 salió el sol y con éste llegó la banda de cornetas del Regimiento de Cazadores de Alfonso XII[1], trayendo la alegría a nuestro pueblo después de muchas horas de incertidumbre. Así podríamos enumerar infinidad de años que tuvieron a la lluvia como protagonista: la primera romería en 1952, la bendición de la ermita en 1960, la celebración del 250 aniversario fundacional en 1970 y más recientemente en 1981, cuando, antes de entrar la procesión, empezó a llover al llegar la Virgen a la puerta de la sacristía de la parroquia, los días 7 de 1982 y 1989, la mañana del día 8 en 1993 o el chaparrón caído en 2002 justo después de finalizar la procesión.

Con todo, si hay un año que quedó grabado en la memoria de los pastoreños que lo vivieron, ese fue aquel de la segunda mitad de la década de los 40 del pasado siglo, ya que durante la procesión del 8 de septiembre llovió sobre Cantillana de manera torrencial. Hemos recopilado bastantes anécdotas y curiosidades en torno a este hecho. Sin embargo, ninguno de los entrevistados recuerda con exactitud el año concreto. Aun así, basándonos en ciertas referencias contrastadas con documentos de la hermandad, podemos aventurar que pudo ser 1947, pero quizás este dato sea lo de menos.
Nos interesan más los elocuentes testimonios que nos han transmitido: cuentan que rompió a lloviznar cuando la procesión bajaba por el callejón del Caco y el aguacero se intensificó de tal manera que, según algunos testigos, era casi imposible ver a la Virgen tras la cortina de agua. En el ánimo de los pastoreños que la acompañaban, una única idea: no dejarla sola. Hubo quien quiso regresar a la parroquia y, por ello, la manguilla parroquial y el preste aguardaban la decisión tras el paso, pero, al menguar la intensidad de la lluvia, la Pastora siguió por la calle Castelar con un goteo que de nuevo arreció en la esquina de Villarreal.
Todos los entrevistados coinciden en que la jornada fue muy emocionante y de recuerdo imperecedero. Teresa Núñez, una gran pastoreña a quien Dios conserve su buena memoria, nos comentó que lo vivió junto a su entonces novio, José Conde, que estaba realizando el servicio militar y tenía una estrecha amistad con el capitán Palomo, que venía al frente de la banda de los caballos que abría la procesión. Ambos se saludaron en la entrada de Martín Rey mientras llovía con más ímpetu. Entonces, el militar decidió qué hacer en aquel momento tan delicado y se dirigió así a su amigo: “José, dile a los caballos que se vuelvan, entren de nuevo en la calle y toquen Muñequita linda”. Y así sucedió. Mientras se escuchaba dicha composición, se le quita a la Virgen el sombrero y, según Teresa, aquello fue una auténtica locura: la música no cesaba, el paso se mecía y la multitud clamaba y lanzaba vivas a la Pastora, por cuyos dedos de la mano derecha y por la barbilla bajaba agua abundantemente.
Los trajes, empapados (algunos incluso encogieron), muchos, manchados por el tinte que, al mojarse, desprendían los farolillos de colores que lucían para la ocasión en Martín Rey. Hasta las caras de muchas personas se ensuciaron de algún que otro color. Un detalle curioso a tener en cuenta son las dos manchas (una, rosa en la parte delantera y otra, amarilla en la trasera) que todavía conserva la toca bordada que ese año sacó la Virgen, que posiblemente se produjeran al despintar algunas flores del sombrero.
En medio de ese desconcierto, alguien insinuó refugiar a la Pastora en san Bartolomé o incluso cubrirla con un paraguas, pero todos los presentes se opusieron con rotundidad. Llegó al Llano y cruzó el arco de las Veredas, que entonces estaba forrado de papel picado de colores, que destiñó pasando la Virgen. Esto motivó que Carmen Pérez, conocida como la Meína, jurara y se propusiera junto a las vecinas de la calle realizar un nuevo arco totalmente en madera para que no volviera a suceder lo que estaban presenciando. Los propósitos se cumplieron y el año siguiente la calle Veredas estrenó su nuevo arco, hoy tristemente desaparecido.
Por fin la procesión llega a la calle Polvillo y milagrosamente salen las estrellas y deja de llover. A partir de ahí, todo transcurre con normalidad. Cuando entró la Virgen, el párroco, don Francisco Ruiz Calañas, advirtió a la junta de que a la mañana siguiente nadie entraría en el templo hasta que él examinara con detalle la imagen, en prevención de que hubiera sufrido algún daño importante. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar a la Pastora en el paso totalmente limpia y con la policromía más realzada. A pesar de ello, cuando la Virgen fue bajada del risco tras la novena, la examinó el escultor Sebastián Santos para tranquilidad de las señoras oficialas de la hermandad.

Pronto, el pueblo inmortalizó lo ocurrido en una coplilla popular que transcribimos a continuación gracias a Elvira Blanco, que en muchas ocasiones la escuchó a su madre. Dice así:

Por la calle Martín Rey,
cuando la vimos entrar
rodeada de sus ovejas,
oh, Pastora celestial,
los caballos van delante
y la música detrás,
y por mucho que llovía
no dejaban de tocar.
Llovía con fuerza,
Pastora amada,
pero tus hijos
no te dejaban,
te daban vivas
con gran fervor
y te queremosde corazón.
Al llegar a calle Polvillo
un milagro pudo [vino a] hacer:
han salido las estrellas
y ha dejado de llover.

Entre los recuerdos y papeles de carácter pastoreño reunidos pacientemente durante toda su vida por Carmen García Fernández "La Taraja" (q.e.p.d.) y hoy conservados por su nieto José Manuel Barranca Daza, hemos hallado una copia manuscrita de la letrilla que reproducimos seguidamente. Estos versos, que podemos atribuir a Concha Caro, aluden asimismo a los hechos narrados y algunos de sus pasajes se inspiran en el poema anterior:

A las once de la noche,
la Pastora de las Almas
ha salido en procesión
por las calles y las plazas.
En la noche de tu fiesta
mandaste una nube de agua
para ver si tu hermandad
te dejaba abandonada,
pero es tan grande el cariño
que te tenemos, Madre mía,
que no te dejamos solaa
unque el agua nos caía.
Aunque en tu divino rostro
el agua caía a raudales,
el brillo de tu hermosura
era cada vez más grande.
Al llegar a la calle Polvillo,
un milagro quiso Dios hacer:
que al ponerte bajo el arco,
al ver tu hermosura,
dejara de llover
Salieron las estrellas
con contento y alegría
para festejar tu noche
y resplandecer tu día.
Fuimos siguiendo tus pasos
hasta amanecer el día
y la hermandad te decía
muy alegre y muy ufana:
”viva la Pastora Divina
del pueblo de Cantillana”.

Esta historia que tantas veces hemos oído en nuestras casas parecía que no iba a repetirse nunca más, ya que las generaciones actuales, si bien tienen asumida la caída de precipitaciones en la romería y pueden verla aun con normalidad, no habían vivido un ocho de septiembre con lluvia durante la procesión. Podemos establecer un claro paralelismo entre lo vivido el año pasado y todo lo narrado anteriormente, porque llovió en los mismos sitios, aunque la cantidad de agua del pasado año no fuera tan llamativa como aquella vez. En 2008 la lluvia apareció con la Virgen entrando en Castelar y posteriormente en Martín Rey, por lo que la llegada a esta calle tan nuestra resultó más delirante y enfervorizada, si es que esto es posible a tenor de lo que se vive en ella todos los 8 de septiembre. En nuestra memoria quedaron imágenes únicas que jamás olvidaremos.

Este bien escaso tan necesario para la vida, este visitante imprevisible pero asiduo a nuestras fiestas, donde todo es “derroche” (también el agua), creemos que seguirá acompañándonos y haciendo crecer el árbol grande y robusto que la orden capuchina plantó en Cantillana en las personas de fray Isidoro de Sevilla o fray Claudio de Trigueros: nuestra singular devoción y la admirada romería.

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[1] Este escuadrón musical montado sustituyó en dicho año a la banda de música de Artillería, dirigida por el célebre brigada Rafael Macías y conocida popularmente en Cantillana como los caballos, ya que esta última se encontraba en el norte de África con motivo de la Guerra de Marruecos.



Francisco Manuel Duran Gallardo
Publicado en la revista Cantillana y su Pastora, 2009.

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