domingo, 8 de julio de 2012

El Cordero de la Divina Pastora: ...‘su fiel oveja’


“Su fiel oveja…”, expresión devota que no deja de conmover al lector de un acta escrita en momentos tan duros. “Fiel…”

Las fotografías de la Divina Pastora de Cantillana que existen desde 1865 aproximadamente son un preciado testimonio de cómo la vieron y veneraron nuestros antepasados. En ellas podemos descubrir la perennidad de la imagen, así como los diversos elementos que, acompañándola constantemente, pasaron a formar parte definitoria de su iconografía. Por ejemplo, el lazo con cruz de oro y diamantes que durante siglos ha venido luciendo la imagen para las fiestas mayores.

Pero el elemento iconográfico del conjunto que más destaca por su continua e indispensable compañía es la oveja que enhiesta, en ademán resuelto, alzado y triunfal, es acariciada por la mano derecha de la imagen sedente de la Virgen. Los grafismos formales de esta oveja y su similitud con la pellica de la Virgen delatan su antigüedad. Puede fecharse en la primera mitad del siglo XVIII y con toda seguridad hemos de considerarla pieza que formara parte del conjunto con la imagen de la Virgen desde un principio. A este mismo conjunto pertenecerían otras ovejas que ya menciona el inventario de la hermandad de 1807, que enumera un total de “cuatro borregos, dos grandes y dos más pequeños” (Archivo de la Hermandad. Legajo 12. Inventario de 1807-1817).

Al menos dos de ellas debieron de acompañar a la Virgen en el altar donde comenzó a recibir culto en la Parroquia desde el siglo XVIII: la que aparece de pie a su derecha y la que se colocaba a su izquierda levantando una pata. Así estaría posiblemente también en el retablo traído del convento franciscano de Villaverde del Río en 1841, donde se ubicó la imagen hasta 1900 (Archivo Arzobispado. Inventario Parroquial de Cantillana de 1884 y de 1889), año en que comenzó a recibir culto en el actual camarín, que por su amplitud permitía la colocación de otras ovejas.

Las fotografías que se conservan desde 1865 muestran que las dos ovejas, junto a una tercera que se rascaba, aparecen siempre con la imagen de la Virgen guardando la misma posición, tanto en el paso procesional como en el Risco y en el camarín. La cuarta oveja que registra el inventario de 1807 podría ser la que acompañaba a la imagen del arcángel San Miguel. Presentaba una filactelia con la leyenda “Ave María” saliendo de su boca y alzaba las dos patas delanteras en gesto de huida por la amenaza del demonio, representado en el lobo. Por desgracia, estas tres últimas ovejas desaparecieron en 1936 durante la destrucción y quema de los bienes conservados en la Parroquia por grupos exaltados de anarquistas e izquierdistas.

Ante los rumores de dicha profanación, las regentes de la hermandad acordaron ocultar la imagen en casa de las hermanas Rivas. El acecho constante desde la cercana sede de la CNT a los que entraban y salían de la Parroquia obligaba a aprovechar un cambio de turno de vigilancia por la noche. La discreción y rapidez que exigía empresa tan arriesgada debieron forzar la selección del conjunto, haciendo que los encargados de ocultarlo se ocuparan de salvar lo principal, la imagen de la Virgen y su diestra oveja, dejando a las demás y a San Miguel en el camarín. Por fortuna, la sana memoria histórica de la hermandad aboga actualmente por la recuperación del resto de los elementos profanados en 1936 realizando copias de los mismos, de modo que el año pasado se incorporó la imagen del arcángel y este año la de la oveja de la izquierda de la Virgen que alzaba la pata.

La Divina Pastora en un estudio fotográfico realizado en
1927 con su conjunto de ovejas destruido en 1936 junto
a la Imagen de san Miguel que también aparece en la fotografía.

Aquellas mujeres valientes que decidieron preservar nuestro más preciado patrimonio eran conscientes de la preferencia de la oveja diestra de la Virgen sobre las demás del conjunto, como bien refleja el acta de 1936 redactada por Magdalena Ríos y firmada por la mayordoma Mercedes Espinosa y la tesorera Cristina Solís. Las hermanas determinaron sacar a “Nuestra Santísima Virgen… de su Camarín en unión de su fiel oveja” (Archivo de la hermandad. Legajo 12. Libro de gastos e ingresos n. 5. Cuentas 1936). “Su fiel oveja...”, expresión devota que no deja de conmover al lector de un acta escrita en momentos tan duros. “Fiel…”, apelativo que transparenta una verdad secular, la perenne compañía de esta oveja a la Divina Pastora a pesar del transcurrir de los tiempos, los avatares de la historia y los gustos que imponen las a veces tan desacertadas modas.

Si nos preguntamos por la identidad de esta fiel oveja, podría decirse que es una de las ovejas del rebaño de la Divina Pastora, que recibe la materna caricia de ésta y que podría representar a cada uno de sus devotos. Según la eclesiología de fray Isidoro de Sevilla todavía podríamos identificarla con una de las ovejas que forman el rebaño de la Iglesia triunfante (los que ya gozan de la gloria celeste), transeúnte (los que purgan sus culpas después de la muerte) y militante (los que peregrinamos en este mundo, justos y pecadores). Sin embargo, siguiendo los argumentos de nuestro capuchino fundador, el significado de dicha oveja supera su identificación con cualquiera de las que forman el rebaño eclesial, puesto que su valor teológico fundamental radica en su sentido cristológico, es decir, en que representa a Jesucristo bajo la antiquísima imagen simbólica del Cordero.

El disgusto de nuestro capuchino por el añadido del Niño en las representaciones iconográficas de la Divina Pastora que él mismo detalló es comprensible, si se tiene en cuenta que la imagen de Cristo ya estaba representada en la imagen del Cordero. La polémica suscitada en torno a 1740 cuando imágenes de la Pastora como la de Madrid incluyeron la imagen del Niño explica que a diferencia de las anteriores descripciones iconográficas en La Pastora Coronada (1705) y en La Mejor Pastora Assumpta (1732), donde no se confirma la identidad de la oveja, en El Montañés Capuchino (1742), al mismo tiempo que demandaba al provincial que desaprobara la inclusión de añadidos a la iconografía (Archivo Provincial de los Capuchinos de Andalucía. Acta capitular 20 octubre 1742), revele claramente de quién se trata: “un Cordero, que representa a su Santísimo Hijo, Cordero que vio San Juan en su Apocalipsis”.

Si desde los 40 del siglo XVIII, cuando la devoción se expandía por otros lugares de España, se hicieron representaciones de la Divina Pastora con el Pastorcito, significa que ya incluso en vida de fray Isidoro era desconocido para muchos el auténtico significado de la iconografía pastoreña. La incorporación del Divino Pastor, como en el caso del conjunto de Cantillana a finales del XIX o principios del XX, contribuyó a que se diluyera el sentido cristológico del Cordero de la Virgen. Hoy, procurando reestablecer la iconografía que fray Isidoro quiso, se desea recuperar el significado auténtico del conjunto de esta imagen según su mentor, por lo que debemos hacernos a la idea de que a parte de la valiosa imagen del Divino Pastor que venera la hermandad, la oveja diestra de la Pastora también representa a Cristo, en imagen de Cordero, siendo éste precisamente el elemento iconográfico indispensable para comprender el significado teológico completo del conjunto escultórico desde sus orígenes.

Fray Isidoro se decanta en concreto por la imagen cristológica del Cordero del Apocalipsis, último libro de la Sagrada Escritura, de gran contenido escatológico. El Cordero apocalíptico oscila en la paradoja de la victoria pascual y escatológica que pasa por la humillación y el sacrificio. Su significado adquiere tres connotaciones:

Ecce Agnus Dei qui tollis pecata mundi




Es el “Cordero degollado” que refiere al Siervo sufriente de la profecía de Is 53, 2-12, cumplida en Cristo, el inocente sin pecado que, como cordero llevado al matadero, con su muerte nos obtiene la redención, el perdón de los pecados (Hch 8, 26- 35; 1 Pe 1, 19). La cicatriz con la que aparece en el Apocalipsis es señal de su inmolación redentora (Ap 5, 6. 9. 12; 13, 8).

Es el Cordero pascual que, haciendo alusión al cordero sin mancha sacrificado que inauguraba la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto (Éx 12, 1-27; Lv 23, 5-6; Dt 16, 1-7), con su muerte y resurrección

se constituye en el Cordero de la nueva y eterna alianza (1 Cor 5, 7), la víctima propicia de la nueva Pascua que con su sangre derramada libera del pecado, adquiere un nuevo pueblo para Dios, purifica y da la victoria (Ap 1, 5; 5, 9; 7, 14; 12, 11).

Es el “Cordero victorioso” que en la gloria celeste, habiendo sido inmolado, ha triunfado por su resurrección, se ha constituido en Rey de reyes y Señor de señores que en el transcurrir de la historia acompaña a su Esposa, la Iglesia, para llevarla a participar de su misma victoria. Es el Señor investido del poder divino que, aun siendo Cordero, manifiesta su soberana potencia como león, cuya ira hace estremecer a los pecadores, recibe la adoración de los seres celestiales, ejecuta como Juez el designio divino y conduce a la gloria celeste como Pastor a los bienaventurados.

La condición regia, potente, soberana y victoriosa de este Cordero celeste se manifiesta especialmente de dos modos:

a) como índice de su victoria permanece de pie, levantado de la postración de la muerte, a la cual pisotea por su resurrección, erguido sólidamente sobre sus propios pies;

b) como índice de su señorío sobre todo lo creado, aparece en el trono, lugar de máxima dignidad y centralidad suprema (Ap 5, 5-13; 7, 10. 17; 6, 1; 13, 11, 17, 14. 17; 22, 1. 3).

En el Apocalipsis aparecen varios símbolos que expresan esta condición gloriosa y escatológica del Cordero. Es el caso de la estrella, que sintomáticamente luce de modo singular la oveja diestra de la Divina Pastora de Cantillana. Este Cordero es “el retoño y el linaje de David, la estrella radiante de la mañana (Ap 22, 16; cf. Ap 2, 28) que lo señala como el único Mesías prometido (Núm 24, 15-17; Mt 2, 2. 9. 11; Lc 1, 78-79) constituido por su muerte y resurrección en Rey y Señor. Este astro luminoso nacido en la mañana de Pascua anuncia el día sin ocaso de la nueva humanidad, contagiando a todos de su luz resucitada y resucitadora”. Este significando teológico tan profundo en contraste con el paulatino olvido del sentido cristológico del Cordero de la Pastora, hace pensar que la estrella estofada en la cabeza de la oveja de Cantillana es un signo más de su antigüedad, pues corresponde a un elemento aclaratorio de la iconografía bastante candente en vida de fray Isidoro. La tercera connotación del significado teológico del Cordero es la preferente del Apocalipsis y para fray Isidoro, de modo que determina la iconografía de la Divina Pastora. Llama la atención que en la elección de los caracteres iconográficos, fray Isidoro no optase por representar a la Divina Pastora de pie, como solía hacerse preferentemente en la iconografía cristológica del Pastor, inspirada fundamentalmente en la parábola de la oveja perdida (Lc 15, 4-7; Mt 18, 12-14) y a la que él mismo hace referencia cuando habla de las imágenes de Cristo como Pastor (cf. La Pastora Coronada, p. 27). Representando a la Virgen como Pastora, también hubiera sido lógico que figurase junto a ella a su Hijo como Pastor, amén de la “analogia Christi”, es decir, de la proyección de la imagen cristológica (en su caso del Pastor) a María, desde la que explica la función del pastorado mariano. Sin embargo, fray Isidoro representa a la Divina Pastora no de pie, sino sedente, y no con su Hijo en imagen de Pastor, sino de Cordero.

La explicación radica en la interpretación mariológica del trono donde se sienta el Cordero apocalíptico, es decir, en la figuración de María como el trono regio del Cristo glorioso. En varias ocasiones fray Isidoro figura a María en el trono de Ap 5, 11 y 4, 2-3; siguiendo las interpretaciones de Alberto Magno, Bernardo de Claraval, Juan de Silveira y Ricardo de San Lorenzo, autores continuamente citados en sus escritos. Esto explicaría la iconografía de la Divina Pastora ya desde sus orígenes, como fray Isidoro refiere en La Mejor Pastora Assumpta, cuando, interpretando Ap 5, 6, habla del Cordero del regazo de la Pastora como se venera en la pintura primitiva. Representa así a la Divina Pastora como el trono donde aparece de pie el Cordero, pero con un pequeño detalle que no puede pasar desapercibido: el Cordero no aparece sobre ella, sino “reclinado en su regazo de modo que la Pastora Dulcísima está… con la diestra mano halagando cariñosa y en su Castísimo regazo reclinándolo” (La Pastora Coronada, p. 7), tal y como aparece en las representaciones más fieles a la iconografía fijada por fray Isidoro, entre ellas la de Cantillana:

“El Cordero que está en el regazo de este Trono, ¿quién es? Es Cristo nuestro Señor, confiesa la Iglesia toda, y por tal lo señaló San Juan con su dedo: Ecce Agnus Dei” [Jn 1, 29]. “Luego, ¿en esta visión se descubrió María Santísima con un Cordero en su regazo? Sí. Y María Santísima con un Cordero en su regazo, ¿no es María Santísima con traje, título y empleo de Pastora? Así lo publica la primera Imagen de María Santísima que se ha pintado y se ha esculpido en el mundo; y hoy se venera en la Iglesia Parroquial de la Virgen y Mártir Santa Marina, de esta ciudad de Sevilla. Luego si la Imagen de María Santísima con un Cordero en su regazo, publica a María Santísima Pastora, y el Trono que vio San Juan era Imagen de María Santísima y tenía un Cordero en su regazo, sin controversia alguna, Pastora la publica… Y si este Cordero Cristo es la Guía, Adalid y Capitán a quien los Bienaventurados como Corderos siguen…” [Ap 14, 4], “sale por consecuencia legítima que si

María es Pastora del místico rebaño de la Iglesia triunfante, Cristo es de todo este Rebaño el Cordero principal, que a todos los Corderos de los Bienaventurados los guía, encamina y capitanea a que sean dulcemente apacentados de la siempre sin segunda Sacra Pastora María” (La Mejor Pastora Assumpta, p. 426).

En medio de este discurso que alumbra la iconografía pastoreña más primitiva, fray Isidoro refiere la imagen del Cordero a partir del testimonio de Juan el Bautista en Jn 1, 29, cita fundamental para comprender los orígenes de la propia advocación desde aquel 24 de junio de 1703, fiesta natalicia del Precursor. No puede menoscabarse el detalle de que fray Isidoro, cuando dice que el cordero de la diestra de la Pastora es el Cordero del Apocalipsis, añada: “a quien seguían otros muchos”, aludiendo a Ap, 14, 1-5, texto en el que se contempla al Cordero que está de pie sobre el Monte Sión (imagen interpretada también mariológicamente) y al que sigue una muchedumbre que canta delante del trono. Es sorprendente cómo fray Isidoro parece haber organizado la corona o rosario público cantado de aquel 8 de septiembre en el que dio a conocer la nueva advocación mariana desde este texto del Apocalipsis. De hecho, exhorta a que se rece la corona públicamente a la luz de otros textos similares como Ap 4, 5 y 5, 9.

Si, desde esta imagen apocalíptica en la que fray Isidoro identifica a la Divina Pastora en el trono donde aparece el Cordero Cristo, explica la mediación mariana en favor del rebaño de la Iglesia, desde la interpretación mariológica de Cant 4, 5 explica la maternidad divina identificando en la esposa sunamita a María y a Cristo en el Cordero que en sus dos naturalezas humana y divina pasta de sus virginales pechos. El pastorado mariano comprendido como el ejercicio de su maternidad divina aparece de nuevo cuando interpreta desde el ya mencionado Silveira Jn 1, 29: al señalar el Bautista a Cristo como Cordero induce la leche de la Madre que lo apacienta como Pastora (cf. La Fuente de las Pastoras, pp. 43-44). De este modo, el testimonio del Bautista, cuya fiesta y figura están tan relacionadas con el origen de la advocación de la Divina Pastora, presenta la imagen de María como Pastora que apacienta a Cristo como Cordero. Ha de recordarse en este sentido las pinturas de Juan Ruiz Soriano que enmarcan la hornacina que custodiaba la imagen de la Divina Pastora de Utrera, donde el Bautista, con un Agnus Dei y una cruz envuelta por un anagrama con la cita de Jn 1, 29, arrodillado se vuelve con las manos juntas hacia dicha hornacina, en ademán de señalar el misterio del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…” que aparece reclinado en el regazo de su Madre como Pastora.

El hecho de que el Cordero aparezca de pie, pero “reclinado, sujeto o asido” por la mano derecha de la Virgen es un signo de la poderosa intercesión de la Divina Pastora en pro no sólo de los justos sino también de los pecadores. Ella reclina al Cordero en su regazo (Ap 4, 2; 5, 6) y lo sujeta (Lc 2, 51), lo tiene, ase y no dejará (Cant 3, 4) que se convierta en león (Ap 5, 5): “Pues Madre, tenlo siempre como Cordero; no permitas que en León se nos convierta…; y para que de nuestra parte no demos ocasión a transmutación tan terrible, alcánzanos con tu intercesión, que nunca jamás nos entreguemos a las culpas, que lloremos las cometidas con lágrimas tan fervorosas que merezcamos pasar a ser Corderos tuyos en el felicísimo Rebaño de la triunfante Iglesia, feliz Congregación de los Justos” (La Mejor Pastora Assumpta, p. 431).


Hasta aquí queda claro que para fray Isidoro la oveja diestra de la Divina Pastora representa a Cristo en imagen de Cordero, sea desde la interpretación mariológica de los versículos del Apocalipsis sea desde la del Cantar de los Cantares. Ahora bien, resulta contradictorio que esta oveja que representa a Cristo lleve como las demás ovejas una rosa, símbolo de las Ave María que componen

la corona o rosario mediante cuyo rezo las ovejas se acercan a la Divina Pastora para que ella las recoja, o para trenzarle una corona con que ceñir su frente. Aún más contradictorio parece cuando al interpretar mariológicamente Cant 1, 7, identifica en la misma oveja diestra al que se hace “Cordero de su Rebaño”, es decir, al devoto de la Divina Pastora: “Por eso en nuestro Cuadro [se refiere a la pintura primitiva o bien a la que acompañaba sus misiones] está la Pastora María abrazando con ternísimo afecto en su regazo un Corderito de su Grey, como si misteriosamente nos dijera: Porque este Cordero es de mi Rebaño, le doy lugar enmi pecho, y en mi regazo cariñosa lo reclino. Luego el hombre que fuere Cordero de la Pastora María tendrá lugar en su pecho: «Inter ubera mea commorabitur».

Oh bendita sea mil veces la Madre de la Piedad que tan Amorosa, tan Amante, tan Benigna se muestra con sus Devotos, que les da el mismo lugar que tuvo el Verbo Humanado” (La Pastora Coronada, pp. 160-161). En otra ocasión vuelve a así la iconografía: Por esto, en las Imágenes, o de talla, o de pintura de esta Divina Pastora, se le pone a demás de otras muchas, una Ovejita reclinada en su regazo, a quien su Majestad, con su bellísima mano halaga y acaricia. Acción con que silenciosamente nos dice: Porque este Corderito, porque esta Ovejita mía, por ser propia mía, con especialidad me ama, por eso con singularidad lo halago y con grande amor en mi regazo lo recibo” (La Mejor Pastora Assumpta, p. 518).

En realidad, pues, para fray Isidoro la oveja diestra representa simultáneamente a Cristo como Cordero y al devoto la Virgen como miembro del rebaño eclesial, prevaleciendo preferentemente el sentido cristológico del mismo. Esta simultaneidad se debe a que nuestro capuchino hace una inclusión eclesiológica en el mismo sentido cristológico del Cordero. En otras palabras, la Iglesia, o cada uno de los devotos de la Divina Pastora que forman el rebaño eclesial, vienen re presentados no sólo en las ovejas que la rodean, sino también en el Cordero que acaricia en su regazo, subrayando así el carácter representativo y unificador del mismo, o sea, a Cristo como cabeza del cuerpo místico eclesial, al cual preside, capitanea y guía (cf. Ap 14, 1-5):

“Hay ordinariamente en los Rebaños un Cordero que a todos los preside, y es comoGuía, Capitán y Adalid de todos, el cual es Cordero del mismo Rebaño y tiene con los otros un Pastor mismo… Sale por consecuencia legítima, que si María es Pastora del místico Rebaño de la Iglesia triunfante, Cristo es de este Rebaño el Cordero principal, que a todos los Corderos de los Bienaventurados los guía, encamina y capitanea a que sean dulcemente apacentados de la siempre sin segunda Sacra Pastora María” (La Pastora Coronada, pp. 77-78).

Importa destacar que tanto el Cordero Cristo como los corderos del rebaño eclesial tengan un “Pastor mismo”, pues, refiriéndose a María como Pastora, entiende el ejercicio de su maternidad a modo de pastorado, respecto a Cristo como maternidad divina y respecto a los miembros de su rebaño como maternidad espiritual traducida en mediación materna. Como aguja encontrada en un inmenso pajar, una breve reflexión en el manuscrito que escribió al final de su vida confirma la inclusión eclesiológica en el sentido cristológico del Cordero que venimos argumentando: “sólo como Madre apacienta al Cordero inmaculado de Dios y en Él a todo el Rebaño de la Iglesia” (Libro segundo de la Pastora Coronada, p. 169).

Para los que deseen ser corderos de la Divina Pastora es fundamental descubrir la dimensión ejemplar del Cordero Cristo que también lleva en su boca una rosa. El que desee hacerse cordero u oveja de la Divina Pastora y así ocupar el regazo materno que ocupó el Cordero Cristo en su encarnación, debe emularlo coronando su frente con las rosas que componen la corona o el rosario: “Dios, como Émulo de nuestra Devoción, baja a coger las misma Flores con que coronamos a María, para coronarla también con ellas su Majestad, siéndole así a Dios muy agradable esa Corona porque ve que es agradable mucho a María” (La Pastora Coronada, p. 201). Si el amor infinito del Hijo por la Madre culmina con su coronación, del mismo modo, los que deseen cobijarse en su regazo materno deben manifestar su amor coronándola con el rezo de las Ave María que componen la corona y reconocerla así como Reina y Pastora de sus almas.

Al contemplar a la Divina Pastora en su camarín podríamos figurarnos simbólicamente la hechura amplia de la puerta del cielo para aquellos que desean de verdad seguir a Cristo como el Cordero que guía al rebaño de la Iglesia, el Rey de la gloria que triunfal permanece erguido pisoteando la muerte, el Señor de la vida que resucitado nos conduce como Buen Pastor que da la vida por sus ovejas a participar del banquete celestial pregustado ya en este mundo cuando lo recibimos como pasto divino, como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo...” En el Risco septembrino, en el camarín diario o en su peña procesional, vislumbramos el Monte Sión donde en pie el Cordero Cristo es seguido por los rescatados

con su sangre. El trono donde se reclina este Cordero es la Divina Pastora, la Madre que intercede ante su Hijo para que obtengamos los frutos de la redención, la Nueva Jerusalén ataviada como una esposa para su esposo en la que la Iglesia se mira como aquello a lo que aspira a ser en plenitud al final de la historia, la Mujer vestida de sol y coronada de estrellas que antecede con su luz al Pueblo de Dios en marcha como signo de esperanza y de consuelo, intercediendo por nosotros pecadores para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. El Divino Esposo que coronó a la Mejor Pastora Asunta culminando su amor hacia la que lo concibió por obra del Espíritu Santo y cooperó en la redención de los hombres, nos invita a emularlo, a acercarnos al trono de la misericordia llevando en nuestras bocas las rosas de las Ave María que debemos recitar de todo corazón para coronar de amor la purísima frente de la Virgen.

Ella nos invita a ser ovejas de su rebaño recibiéndonos en el mismo regazo donde contuvo al Verbo encarnado, donde glorioso lo ase mediadora, impetrándonos indulgencia y obteniéndonos el perdón de los pecados.

Seamos como su fiel oveja, acompañémosla siempre con amor filial, cobijémonos en el patrocinio de su regazo materno y experimentemos su misericordia mientras intercede y acompaña para que seamos dignos de sumarnos al séquito de los bienaventurados que cantan el cántico nuevo de las bodas eternas del Cordero Divino.

Álvaro Román Villalón, pbro.

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