martes, 4 de septiembre de 2012

El Risco, una escenografía sagrada y bucólica


Como resulta bien sabido, el teatro tuvo un origen re­ligioso, tanto en la antigua Grecia como en la cristiandad. De las fiestas báquicas surgió la dra­maturgia grecolatina, y de los ritos navideños y pasionistas (Auto de los Reyes Magos, repre­sentaciones vivientes del Calva­rio) surge también una nueva es­cenografía. Esa escenografía pasó del templo a la calle, confor­me los elementos laicos iban ga­nando terreno, hasta desembo­car finalmente en una represen­tación que ya nada tiene que ver con lo sagrado, dando cabida a temas generales, con preferencia del dolor (drama) o de la risa (co­media).
Al sobrevenir el Barroco ocurre la situación contraria y la liturgia religiosa recibe cierta indudable influencia escenográfica, cuyo máximo exponente estaría en esa liturgia callejera de las procesio­nes, tan arraigadas en nuestra Andalucía. No podemos olvidar tampoco los famosos Autos Sa­cramentales que se representa­ban con motivo de las fiestas del Corpus, sobre unos carros llama­dos rocas, donde imaginativa­mente debemos ver el más lejano y conspicuo antecesor de los ris­cos pastoriles.
Significan una modalidad exclu­siva y única de la literatura espa­ñola, los riscos, a su vez, son una modalidad exclusiva y original de nuestra Andalucía en torno a la popularísima advocación de la Divina Pastora, creada por el ve­nerable capuchino fray Isidoro de Sevilla y que desde el año 1703 se convertirá en la más genuina y original aportación his­palense al nomenclátor mariano, con fabulosa e inabarcable pro­yección universal.
San Francisco, con la litur­gia navideña en Greccio, hu­manizó la figura del Redentor, acercándolo al pueblo para que éste viera con mayor pro­piedad las circunstancias de sencillez y de pobreza que ro­dearon el nacimiento de Jesu­cristo en Belén. El padre Isido­ro, con la advocación de la Di­vina Pastora, humaniza tam­bién la figura de la Virgen para acercarla a las capas más sencillas de la sociedad, dán­dole a Nuestra Señora los mis­mos ropajes que usaban las clases campesinas, sin que por ello perdiera su majestad ni su empaque de Reina intercesora. Existe un enorme parale­lismo entre ambas invencio­nes, porque si del ritual fran­ciscano pudieron nacer los populares Belenes o Naci­mientos, de la invención del padre Isidoro surgirán con el tiempo los riscos, altares bu­cólicos para la Novena, que son también una especie de Nacimientos, pero a escala gi­gantesca y supeditados exclu­sivamente a la imagen de la Madre del Buen Pastor. Para mayor semejanza, ambos montajes coinciden, además, en su carácter temporal o efí­mero.

El risco de la Pastora de Santa Marina a comienzos
del siglo XX.
Ambiente histórico
No se debe estudiar ninguna novedad desconectándola de las corrientes ideológicas. Es preciso situarlas siempre den­tro del ambiente en que sur­gieron, para que podamos comprender y valorar mejor sus aportaciones dentro del doble plano espiritual estéti­co. El siglo XVIII supuso un cierto retorno a la Naturaleza. La misma corte de Versalles (que imponía su moda o sello en toda Europa) inició esta co­rriente como antídoto contra la excesiva y agobiante eti­queta palatina. Piénsese en este palacio francés o en su equivalente español de La Granja, en menor medida también el palacio lusitano de Queluz, donde la arquitectura se complementa con jardines, con espacios verdes y boscosos, con fuentes y juegos acuá­ticos, amenizados a su vez con esculturas, donde lo decorati­vo adopta a veces una clara in­tención simbólica. Piénsese igualmente en los cuadros de Boucher, Fragonard, Nattier... donde los personajes relevan­tes o aristocráticos gustaban de retratarse dentro de un ambiente idílico. Todo ello, pero a lo sagrado, se da en esta sugestiva advocación de la Divina Pastora, tan rica en connotaciones coloristas (en realidad se trata de un verda­dero cuadro escultórico como densa en sutiles e inge­niosas connotaciones bíbli­cas, las cuales neutralizan y desvanecen cualquier posible asomo de mundanidad, en aras de la más profunda pie­dad cristiana.

Solamente un alma seráfi­ca, dotada de religiosidad y poesía, pudo imaginar tan líri­co paisaje. Porque el risco no es solamente el trono o altar especial para la Novena a le Divina Pastora, sino que es también nostalgia del Paraíso perdido, un canto a la Natura­leza, tan bellamente dispues­ta por el Sumo Hacedor. In­cluso en los tiempos actuales cuando la civilización del con­sumo se siente hastiada por tanto materialismo y vuelve sus ojos hacia las montañas y hacia las verdes praderas de lo ecológico, sigue siendo una referencia válida, que ilumina con su encanto y llena por igual los ojos de niños y mayores.

Precedente probable

Llama la atención que monta­jes similares a los riscos hayan sido utilizados anteriormente para advocaciones que no son pastoreñas, y esto ya era un buen presagio de la enorme acep­tación que luego alcanzaron, por su vistoso y ameno colorido. Así consta que desde 1586, en las fes­tividades de la Virgen de la Hi­niesta, Patrona del Ayuntamiento de Sevilla, llamaba la atención el aparato escenográfico en que se colocaba la imagen, figurando un paisaje de su aparición en los montes de Cataluña. Para ello se ponía en la capilla mayor de San Julián un precioso risco, cercado de árboles y de retamas, en cuyo centro lucía la Señora rodeada por varias figuras, la principal de las cuales representaba a Mosén de Tous arrodillado, con un letrero en la espalda donde se hacía constar su nombre, y cerca el caballo, del que se suponía había descendido para venerar a la imagen en el momento de su hallazgo. Un perro y varias perdices recordaban el instante en que era perseguida una de ellas por un azor, se refugió donde estaba la imagen y motivó su descubri­miento.
En este risco de la Hiniesta se encuentra, pues, el más antiguo e ilustre precedente de lo que luego serían los altares bucólicos del siglo  XVIII. Si nos fijamos bien, no falta ninguno de sus elementos: imagen mariana, paisaje rocoso, arboles y retamas, figuras y animales. Es de admirar que dos ad­vocaciones tan dispares, pero al mismo tiempo tan profunda y genuinamente sevillanas como la Hiniesta y la Pastora, quedaran así enlazadas por una escenografía análoga, de virtual similitud o parentesco. Tampoco deja de lla­mar la atención el hecho de que la parroquia de San Julián y la parroquia de Santa Marina sean vecinas, lo cual muy bien se pudo traducir en alguna influen­za de aquella sobre ésta.


Origen: Los fastuosos montajes en Santa Marina

Siendo la Primitiva Herman­dad de Sevilla la referencia imprescindible para docu­mentar el origen lie la devo­ción pastoreña, pudiera ser que esta corporación suminis­trara también las pautas para el montaje de los primeros ris­cos. Las grandes dimensiones de la capilla mayor del templo de Santa Marina favorecieron su escala monumental y la amplia perspectiva de tan es­paciosa iglesia le dieron un fa­buloso punto de vista, igual que ocurre con el soberbio montaje de la villa de Cantillana, único que aún se mantiene en toda su magnitud y esplen­dor.
Se conserva algún testimo­nio fotográfico del risco de Santa Marina que, aunque no excesivamente claro, da cum­plida idea de la belleza de aquella fantástica instalación. Tenemos, además, el testimo­nio del presbítero Manuel Martín Campos, referido al año 1903, cuando la Primitiva Hermandad celebraba el se­gundo centenario de su fun­dación: Se exornó el gran tem­plo parroquial de Santa Mari­na como pocas veces o quizás nunca se ha visto... las colum­nas y la capilla mayor vistieron riquísimas sedas... se esparcie­ron por los arcos y el centro del templo más de veinte arañas. La Santísima Virgen se coloca en un monte que se levanta tan amplio como le permite la espa­ciosa capilla mayor, monte que se prepara anualmente para la novena a modo de cañada es­maltada de flores, (con) ador­nos propios del misterio; por entre los verdes ramajes y como en el horizonte aparece junto con la tierra el cielo, se levanta cual sol majestuoso el trono para exponer a Su Divina Ma­jestad...
El Adalid Seráfico de agosto 1919 trae esta entusiasta des­cripción: El esfuerzo, y más que esfuerzo, alarde, realizado este año por la Real Hermandad de la Divina Pastora de Santa Ma­rina, merece una sincera y en­tusiasta felicitación, porque él demuestra que el entusiasmo y el fervor por la Divina Pastora que legó a la Primitiva Her­mandad su fundador el V.P. Isi­doro de Sevilla, lejos de dismi­nuir, va en aumento cada día.
Al entrar en el histórico y hermosísimo templo se siente una impresión de magnificen­cia. En la parte superior del Altar Mayor, sobre fondo de terciopelo grana, se ha coloca­do al Santísimo sobre un gran aparato de plata, digno de una Catedral Rodean al Santísimo preciosa candelería de plata con tulipas y faroles que sostie­nen ángeles en forma caprichosa y artística.
En la parte inferior, sobre hermoso risco y en un fondo de damasco celeste con grandes festones de plata en la parte superior en la inferior riquísima gradería y candelería de plata, se había colocado la imagen primi­tiva de la Divina Pastora, que real­mente estaba bellísima. El conjun­to de todo el altar era sorprendente y magnífico, y ha llamado podero­samente la atención.
En esta fotografía de 1912 vemos la antigua ubicación
del manifestador sobre la Virgen. Sin duda es el
Risco uno de los elementos más llamativos de las
fiestas pastoreñas.
A tenor de aquella foto y des­cripción, la Virgen quedaba insta­lada hacia la mitad del risco, pues la parte más alta se reservaba para el Manifestador, general­mente sobremontado por una gran corona, donde aparecía ro­deado de luces el Santísimo Sa­cramento. Ni que decir tiene, aquello suponía una complicada estructura oculta, por la necesi­dad de instalar una escalinata con cierto grado de comodidad y solidez para que el sacerdote pu­diera acceder a tan elevado punto, aspecto en el cual no se di­ferenciaba de otros renombrados y costosos altares de novena, como el del Gran Poder, Pasión, etc. Cuando más tarde la liturgia desaconsejó la Exposición Eucarística en sitios tan arriesgados, muchos de tales altares siguieron conservando el primitivo remate sacramental pero ya de modo pu­ramente decorativo, sin funcio­nalidad práctica.
Tal medida debió de adoptarse hacia el año 1928, cuando la Her­mandad Primitiva de Santa Mari­na celebró con importantes actos los doscientos veinticinco años de su erección canónica. En la descripción que se hace de las ce­lebraciones dice así: Formaba el altar el grandioso y antiguo risco de la Divina Pastora, estando al lado izquierdo de tan Soberana Se­ñora el Arcángel Señor San Mi­guel, defendiendo una oveja desca­rriada, atacada por el lobo infer­nal... En el sitio de costumbre (se refiere a lo más alto) no fue coloca­da la custodia y rayos, para el San­tísimo Sacramento, por estar dis­puesto que sea colocado casi en el plan de altar. Esto da a entender con toda claridad que era muy re­ciente la normativa para que la Eucaristía se dispusiera en luga­res más accesibles. Y a la vez su­ministra un interesante dato cro­nológico para tener en cuenta.


Otros casos similares
Un testimonio fotográfico del año 1911 nos permite conocer cómo era el risco de la Pastora malague­ña, que en su ciudad recibía el nombre de Huerta (interesante derivación coloquial). Aun­que allí la imagen estaba de forma permanente en el altar mayor de su templo, donde presidía como hoy toda la acti­vidad del barrio de Capuchi­nos, se la sacaba fuera del ca­marín para los cultos solem­nes, poniéndola sobre una ta­rima muy elevada, que se re­cubría de corcho y macetas para simular el monte desde el que la Madre del Buen Pastor ejerce su función de conducir a las ovejas por el buen camino. Junto a los candelabros y ánfo­ras de todos los tamaños y ma­teriales, se abría en el centro la montaña con su ladera aupa­da sobre el manifestador. No había telón de fondo, pero en lo más alto se disponía una en­ramada cubriendo lo que aso­maba de la parte superior del retablo. La Virgen estaba muy artísticamente dispuesta ante su correspondiente árbol, del cual parece que pendía una paloma (detalle que también se veía por aque­lla época en la propia Cantillana, preferentemente sobre el paso procesional).
Existe igualmente foto, rea­lizada por el Laboratorio de Arte de la Universidad Hispa­lense, del altar que se le montó a la Divina Pastora del templo sevillano de San Anto­nio de Padua el año 1924. Lo más notable del mismo es que dos angelitos se disponen bajo el árbol en actitud de coronar a la Virgen, idea del todo con­forme a la iconografía ideada por el padre Isidoro. También sigue fielmente la idea del fundador el que una de las ovejitas lleve en su boca una cartela (lejana antecesora de los textos o bocadillos de los comics), simbolizando la ora­ción Ave María, ante la cual San Miguel acude presto en su socorro. Una bonita escultura del Arcángel, seguramente aprovechada de cualquier querubín lamparero, aparecía suspendida con buen efectis­mo sobre el telón del fondo, que en este caso era liso, sin pintar. La habitual acumula­ción de velas y flores contra­hechas rubricaba con exquisi­to sello decorativo el impac­tante montaje.
Desde el siglo XVIII, para los cultos de la Divina Pastora
siempre se ha montado esta aparatosa escenografía
barroca, de ella bien orgulloso tenemos que sentirnos,
al ser el único lugar del orbe en que se ha mantenido
ininterrumpidamente, con la misma magnitud
y esplendor que en sus origines.


El doble risco de Cantillana

No exageramos al decir que en Cantillana hay dos riscos, pues aprovechando que la efi­gie escultórica de la Divina Pastora es de una escala lige­ramente más reducida de lo habitual, el propio paso está configurado como un peque­ño risco ambulante, según po­demos ver ya en una deliciosa y encantadora fotografía de hacia 1905. Esta montaña o escabel procesional incluye diminutas casitas parecidas a un portal de Belén (columnas solitarias o truncadas a modo de paisaje clásico ruinista). Por las escabrosidades de su relieve se distribuían floreci- llas contrahechas, y a un nivel más bajo aparecía el Niño Jesús, aspecto que aún se mantenía hacia 1909, e inclu­so se potenciaría en años pos­teriores, conforme se iban ampliando las andas.
En un inventario de 1807 se reseñan ya algunos de los componentes del Risco de la novena: ocho borregos más catorce bichos. Al parecer, tales bichos eran serpientes y un lobo que se ponían ace­chando a las ovejas. Por una foto anónima de 1912 pode­mos hacernos cargo de la grandiosidad del aparato de la Novena. El paño o velo del fondo es el que pintó Jiménez Aranda precisamente al cam­biar el siglo: 1900. Verdadero telón paisajístico, suponía un notable adelanto con respecto al anterior, que solo figuraba un cielo azul estrellado. Al igual que en Santa Marina, aparecía en lo más alto el ma­nifestador eucarístico, cobija­do a su vez dentro de un dosel. Una vez más, la nota distintiva de la época era la abundancia de guirnaldas y ornamenta­ción floral contrahecha, por otra parte muy práctica, ya que al estar distribuida por al­turas casi inaccesibles, se hu­biera dificultado bastante é. renovarlas en caso de haberse tratado de especies naturales.
Volvemos a tener foto del Risco en 1930, debida al fa­moso Serrano. Conforme al espléndido y proverbial espí­ritu cantillanero, todo "ha ido a más"; es decir, ha aumentado. Produce vértigo la altura del manifestador eucarístico, y nada puede  extrañar la sabrosa apostilla con que Florencio Arias Solís dedica en la  foto en cuestión en el libro Pastora de Cantillana. Memoria de una devoción (2001): Para acceder hacia esa altura había por detrás una escalera de madera por donde subía el cura acompañado de un monaguillo; según las normas litúrgicas, tenía que llevar la campanilla y vela encendida. Se sabe que cada año, en acción de gracias por no haber ocurrido ningún percance, la mayordoma, por su cuenta, costeaba una misa. Teniendo en cuenta lo  que anteriormente diji­mos de que en Santa Marina, en 1928, ya se exponía la Eu­caristía obligadamente sobre el plan de altar, pueden ocu­rrir tres cosas: Que el mani­festador sea ya puramente decorativo; que en Cantillana todavía no se hubiera aplica­do tal disposición litúrgica y continuara inadvertidamen­te la costumbre, por el tradici.nal talante conservador de los pueblos; o que la foto pueda datarse en realidad un poco antes.
Detalle curioso de 1935, según otra foto de Serrano (esta vez el Risco sí parece mostrar cierta recesión en su ornamento, probablemente por la inseguridad política): la inclusión de una especie de pequeña capilla, con su espa­daña y campanitas, totalmen­te anacrónica pero llena de gracia naif popular.
Una fotografía de Albarrán, fechada en 1944, muestra la evolución del conjunto para adaptarse a la liturgia. Des­aparece el dosel de la cúspide y se potencia el árbol que va detrás de la Señora. El mani­festador eucarístico se coloca ya sobre la propia mesa de altar o ara. Aumentan las casi­tas o maquetas arquitectónicas del paisaje, y entre el boscaje aparece ya claramente la figu­ra de San Miguel, que no acer­tábamos a descubrir con tanta nitidez en las fotos anteriores. Por esta época se puede seguir hablando también del otro risco, el procesional, pues al no existir canastilla en las andas, seguía siendo preciso disponer de una peña de cier­ta altura para lucir mejor la efigie. A partir de 1958, con la introducción de la canastilla de plata, se redujo el tamaño de este risco vicario.
Las últimas novedades de interés en el risco de la Nove­na fueron la inclusión de las flamantes piezas de orfebre­ría adquiridas por la herman­dad (frontal repujado por el taller de Seco Velasco en 1951, candeleras, etc.) y la re­novación del fondo o telón pintado por otro que entona muy adecuadamente con la perspectiva, casi borrando los límites entre la realidad y la le­janía.

Declaración de Bien de Interés Cultural

Acertadas disposiciones ad­ministrativas, de fecha muy reciente, pretenden declarar como Bien de Interés Cultural aquellos comercios, estable­cimientos o instalaciones que gozan de cierto carácter, con el fin de preservar su ambien­te y características. Parece que entre estos bienes se estu­dia incluir también los reta­blos cerámicos de las her­mandades, que en tanta abundancia adornan el exte­rior de las iglesias y que gozan de una permanencia garanti­zada por el fervor de sus pro­pias hermandades. Con mu­chísimo mayor motivo, pen­samos nosotros, debiera solicitarse la misma declaración para el risco de la novena de Cantillana, considerando que ya es el único que se mantiene con su antigua opulencia die­ciochesca; que se trata de un verdadero monumento de ca­rácter popular, en homenaje a la más genuina advocación de cuantas pueblan el no­menclátor mariano de Sevilla y de su provincia; que el risco tiene un carácter efímero, por lo cual aumenta su singulari­dad y la necesidad de preser­varlo, de cara a las futuras ge­neraciones; y que, en fin, sería un merecido reconoci­miento al fervor y al arte con que el pueblo de Cantillana rodea todas sus manifestacio­nes en torno a la Divina Pasto­ra.
Hace algún tiempo, expusimos la conveniencia de crear en la villa un museo sobre dicha ad­vocación. Seguimos insistien­do en la idea, pero ahora ade­más pedimos la declaración de Bien de Interés Cultural para su risco. ¿Qué menos po­dríamos solicitar cuando se cumple precisamente el tercer centenario de tan entrañable y amadísimo título?.

Juan Martínez Alcalde

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